Aprender a ser humilde

humildadAprender a ser humilde es aprender la grandeza de lo sencillo y la trascendencia de lo sincero, con la conciencia de ser débil y con una voluntad esforzada que crece en libertad.

Ser humilde es estar siempre edificando los cimientos y valorar poco las superestructuras, saber que nada es eter­no y que todo puede superarse, entenderlo todo y no justificar nada, exigirte mucho y ser tu mayor crítico.

El humilde es como el artista de teatro, que puede hacer las mejores representaciones entre las me­jores bambalinas, pero sabe que su identidad está en la soledad de su camerino, despojado de todo ropaje.

Habrás de atender al «apuntador», es decir saber escuchar, y percibir al público más allá del escenario, pero ser capaz también de representar la función con las butacas vacías. No menosprecies ninguna experien­cia, y ensaya hasta la saciedad el libreto de tu vida.

Tienes que sentirte espectador de ti mismo, y estar preparado para que «pateen» tu obra, y si triun­fas habrás de bajar el telón sin prodigarte demasiado en el saludo. Haz que otros recojan los aplausos.

Tienes que tener siempre el mismo ánimo para lo trascendente o para lo insignificante, para ser el primer actor o para ser el último comparsa, y saber vivir la angustia igual que la alegría, como el actor que representa lo mismo una tragedia que un vaudeville.

La humildad es un material noble para construir tu personalidad. Si eres humilde te tratarás como a un bebé, y recibirás los mejores cuidados de la persona que más te quiere, de ti mismo.

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